La mujer helada by Annie Ernaux

La mujer helada by Annie Ernaux

autor:Annie Ernaux [Ernaux, Annie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1981-01-01T00:00:00+00:00


Algunos hechos, a modo de referencia. Un día me trajo Elle o Marie-France. Si me compró esa revista es porque ya no me veía como antes, pensaba que podía interesarme por «cien ideas para variar sus ensaladas» o por «cómo conseguir un interior coqueto sin arruinarse». O bien era yo la que había cambiado y lo hacía por darme gusto. No lo juzgo ni lo condeno, solo intento recordar remontando el camino. Juntos empezábamos a tener costumbres asentadas, dulzura hoy, monotonía mañana. El telediario de la una de la tarde, Le Canard enchaîné los miércoles, el cine los sábados por la noche y el restaurante los domingos. El amor solo por la noche. En la radio una voz ronca cantaba Las chicas de la playa… Yo picaba las judías verdes, por la ventana de la cocina podía ver los jardines, los adosados. En ese momento en la playa de Lacanau o de Le Pyla, tomaban el sol, relucientes, unas chicas, libres. La etiqueta publicitaria de la leche bronceadora, por supuesto. Pero yo sentía que nunca sería una chica de la playa, que acabaría pareciéndome a otra imagen, la de la joven bruñidora siempre sonriente de los anuncios de productos de limpieza. De una imagen a la otra, toda la historia de un aprendizaje que me ha rehecho de arriba abajo.

Introitus gradual de la familia, de la otra, del buen modelo. No viven lejos. No se imponen, personas bien educadas, visitas cortas, comidas informales, una pareja encantadora. Su señor padre, siempre tan hablador, perpetuo decidor de buenas palabras y retruécanos de todo tipo bajo la mirada indulgente de su esposa. Atención, nada de payasadas, tras las chanzas, ese aire de autoridad, en los ojos, en la voz, en la forma de pedir la carta del restaurante, de ser el mejor a la hora de elegir los vinos o de urdir una estrategia en el bridge. Siempre alegre, su señora madre, pizpireta, nunca sentada, se me lleva, dejemos hablar a los hombres, nosotras a preparar la cena, no, no, hijo mío, ya nos las arreglamos solas, ¡tú no harías más que estorbar! Enseguida el delantal, el pelapatatas con brío, perejil en la carne fría, un tomate en rosetón, tralalí, huevo duro en la ensalada, tralalá. Un bailecillo picarón acompañado de un gorjeo cómplice, no conoces el scotch-brite, pues va fenomenal. Cuando se quema dice «miércoles». A veces vienen las confidencias; estudié una carrera, Biológicas, hasta di clases en la privada, pero luego conocí a tu suegro, risas, y llegaron los niños, tres, los tres chicos, te imaginas, risas. Y eso es todo. Me confía, entre suspiros, a la vez que pasa con presteza la spontex por el fregadero, los hombres, los hombres, qué difícil es todo con ellos, pero sigue sonriendo, casi con orgullo, como si se tratara de críos a los que hay que perdonar las trastadas, «¡no hay quien los cambie!». Se compadece maternalmente de mí, me disculpa, los estudios no te cansan mucho, verdad, o sí, no tienes tiempo de limpiar a fondo, normal.



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